martes, 1 de abril de 2014

Hacia un nuevo orden político internacional


Programa Historia 6to Derecho

Unidad 1.- El mundo actual y su proyección sobre América y Uruguay (de 1989 al presente).


a- Hacia un nuevo orden político internacional
El historiador uruguayo Alberto Methol Ferré escribe, en su obra póstuma, La América Latina del siglo XXI, lo siguiente:
Methol Ferré
El colapso del comunismo provocó un cambio radical en el escenario bipolar USA-URSS, consolidado en el medio siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Con la caída del muro de Berlín cayó también su lógica implícita; debía repensarse todo: relaciones internacionales, sistemas de pensamiento, relaciones entre los Estados. Este hecho produjo un cambio total, una ruptura en los esquemas intelectuales del mundo conocido.

Tres estadounidenses plantean una visión totalizante del mundo post-89:
Francis Fukuyama en 1992: El fin de la historia y el último hombre;
 Zbigniew Brzezinski en 1993: Fuera de control. Confusión mundial en víspera del siglo XXI;
Samuel Huntington en 1995: El choque de las civilizaciones.

Fukuyama

Fukuyama plantea que el avance progresivo de la historia ha llegado a su punto culminante gracias al triunfo de la democracia liberal en términos políticos, y al libre mercado en términos económicos, es decir, el liberalismo político y el liberalismo económico.
Al futuro, entonces, solo le resta la expansión del liberalismo como ideología (política y económica) por el todo el mundo, dado que ha demostrado ser la ideología que supera dialécticamente a todos sus posibles adversarios (fascismo, comunismo, religión, nacionalismo). El mundo del futuro será entonces para Fukuyama un “mundo homogéneo global” que se dilata infinitamente en el tiempo, donde el debate ideológico (por la ideas) ya no existirá, solamente el crecimiento económico y el progreso científico tendrán “movimiento” en este mundo “poshistórico”. Mientras tanto, los conflictos que anuncian el futuro próximo, se darán en el mundo “histórico”, es decir, los países o regiones que se resistan a la homogeneización del liberalismo, contra este o entre ellos mismos, pero a la larga, inevitablemente, el mundo homogéneo global liberal será el que termine imponiéndose en todo el planeta.
Escribe Fukuyama:
Fukuyama
            Lo que podríamos estar presenciando no sólo es el fin de la guerra fría, o la culminación de un período específico de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano. Lo cual no significa que ya no habrá acontecimientos que puedan llenar las páginas de los resúmenes anuales de las relaciones internacionales en el Foreign Affairs, porque el liberalismo ha triunfado fundamentalmente en la esfera de las ideas y de la conciencia, y su victoria todavía es incompleta en el mundo real o material. Pero hay razones importantes para creer que éste es el ideal que “a la larga” se impondrá en el mundo material.
El fin de la historia será un momento muy triste. La lucha por el reconocimiento, la voluntad de arriesgar la propia vida por una meta puramente abstracta, la lucha ideológica a escala mundial que exigía audacia, coraje, imaginación e idealismo, será reemplazada por el cálculo económico, la interminable resolución de problemas técnicos, la preocupación por el medio ambiente, y la satisfacción de las sofisticadas demandas de los consumidores. En el período poshistórico no habrá arte ni filosofía, sólo la perpetua conservación del museo de la historia humana. Lo que siento dentro de mí, y que veo en otros alrededor mío, es una fuerte nostalgia de la época en que existía la historia. Dicha nostalgia, en verdad, va a seguir alentando por algún tiempo la competencia y el conflicto, aun en el mundo poshistórico. Aunque reconozco su inevitabilidad, tengo los sentimientos más ambivalentes por la civilización que se ha creado en Europa a partir de 1945, con sus descendientes en el Atlántico Norte y en Asía. Tal vez esta misma perspectiva de siglos de aburrimiento al final de la historia servirá para que la historia nuevamente se ponga en marcha.

El filósofo alemán Oswald Spengler  medio siglo antes, y desde supuesto filosóficos muy diferentes llegó a conclusiones en algunos aspectos similares a los de Fukuyama:
El hombre del Occidente europeo no puede ya tener ni una gran pintura ni una gran música, y sus posibilidades arquitectónicas están agotadas desde hace cien años. No le quedan más que posibilidades extensivas (…) Si bajo la influencia de este libro, algunos hombres de la nueva generación se dedican a la técnica en vez de al lirismo, a la marina en vez de la pintura, a la política en vez de a la lógica, harán lo que yo deseo, y nada mejor, en efecto, puede deseárseles.

Para Spengler, este mundo sin arte, que se extiende en términos técnicos científicos, no representa el estadios final de la evolución ideológica del hombre, sino todo lo contrario, representa más bien, la decadencia y muerte de la civilización occidental, el signo de su futura desaparición y reemplazo por una nueva cultura que nacerá en un futuro lejano, totalmente diferente.
También es interesante notar que el propio Fukuyama advierte que el fin de la historia, a su vez, podría tener un fin. Es decir, el fin del fin de la historia, la razón que le adjudica a esto estriba en los “siglos de aburrimiento” que dicho fin de la historia parecería acarrear, es es ese sentido que Zbigniew Brzezinski se plantea la tarea de ir más lejos que Fukuyama.

Zbigniew Brzezinski
Brzezinski

 Concuerda con Fukuyama en que luego de la guerra fría, Estados Unidos alcanza la supremacía global, es el primer estado en la historia que ha alcanzado tal posición, esta posición hegemónica mundial y su poder indiscutido se sostiene en su despliegue tecnológico y en la superioridad de la democracia política.
“El colapso de su rival (la URSS) dejó a los Estados Unidos en una posición única. Se convirtió simultáneamente en el primero y único verdadero poder global (…)
Los Estados Unidos tienen la supremacía en los cuatros ámbitos decisivos del poder global: en el militar su alcance global es inigualado; en el económico siguen siendo la principal locomotora del crecimiento global, pese a que en algunos aspectos Japón y Alemania (que no disfrutan del resto de los atributos del poder global) se les acercan; en el tecnológico mantienen una posición de liderazgo global en los sectores de punta de la innovación; y en el cultural, pese a cierto grado de tosquedad, disfrutan de un atractivo que no tiene rival, especialmente entre la juventud mundial. Todo ello da a los Estados Unidos una influencia política a la que ningún otro Estado se acerca. La combinación de los cuatro ámbitos es lo que hace de los Estados Unidos la única superpotencia global extensa”

Pero al mismo tiempo, esta hegemonía mundial, irradia a todo el mundo una crisis presente en sus propias sociedades, ocasionada por lo que llama la “cornucopia permisiva”

Un aspecto que distingue el despertar político mundial contemporáneo lo observamos en el ámbito filosófico desprovisto de cualquier compromiso profundo: la influencia del estilo de vida de los países avanzados de occidente promovida por los diferentes medios de comunicación, ha propiciado una preocupación mundial por adquirir bienes materiales y satisfacer deseos moralmente desinhibidos.
Pero, al mismo tiempo, se corre el riesgo de propiciar una confusión moral que, a su vez, podría crear una nueva ola de irracionalidad y escapismo, producto de la sensación de primacía al comparar los descarados estilos de vida mucho más ricos. La falta de contenido espiritual profundo que hemos padecido en los últimos tiempos es el reflejo de estimular el deseo de las masas más pobres y hasta hace poco activadas políticamente por sólo emular en lo material a las clases privilegiadas, cosa que incluso con la política socioeconómica más razonable es simplemente inalcanzable.
El mensaje de la emulación material llega a ser, sin quererlo, la catálisis de una envidia frustrada pero sin estructura que, en cambio, podría ser fácilmente manipulada por extremismos demagógicos. Su resultado es la crisis mundial de lo espiritual. Los principios permanentes de fe son sustituidos por los slogans de moda, mientras que las doctrinas políticas en general dan vía a los anhelos inciertos, como afirma Brzezinski.
La noción de cornucopia permisiva implica principalmente una sociedad donde el progreso declive por centralizar los criterios morales va emparejado con la intensa preocupación por autogratificarse en lo material y sensual; lo que no quiere decir que se prevea un estado eterno de felicidad social para los redimidos, sino que busca satisfacer de manera inmediata los deseos individuales dentro de un sistema donde el individuo y el hedonismo colectivo son el motivo dominante para la conducta.
La mezcla de la erosión del criterio moral para definir la conducta personal junto con el énfasis en los bienes materiales da como resultado la permisividad en el nivel de la acción y la codicia material en el de la motivación. Entonces, la corrupción inherente a la cornucopia permisiva no sólo es la consecuencia de la abundancia existencial: también puede ser el resultado de la ausencia o denegación de esa abundancia.
Es probable que el cada vez mayor número de personas que están enteradas de la existencia de la cornucopia permisiva (por los medios de comunicación o por su proximidad absoluta) se sientan personalmente privadas de sus privilegios; esto, aunado al creciente número de desempleados, crea una condición de deseo militante por los frutos de la cornucopia, así como una mayor inclinación por el rechazo a los frenos morales y hacia cualquier método para hacerse rico rápidamente, sin importarles llegar incluso a la violencia.
Una sociedad concebida para proporcionar una satisfacción casi mágica a los anhelos individuales no necesita de la coacción: puede ser permisiva; es más, tiene que serlo para que la sociedad de cornucopia todos los deseos se puedan realizar sobre bases altamente individualizadas. Así todos los deseos pueden satisfacerse, eso quiere decir que tosos son igualmente buenos.
Pero una sociedad donde la autogratificación es la norma, también es una sociedad que carece de criterios para hacer juicios morales: cualquiera puede sentirse impulsado a obtener lo que quiere, aunque no sea honrado; por lo tanto, los juicios morales ya no son indispensables, ya no es necesario diferenciar entre el bien y el mal.
Los valores convenidos por los medios de comunicación manifiestan repetidas veces lo que justificadamente se puede llamar corrupción moral y decadencia cultural. La televisión es particularmente culpable en este sentido, pues en la mayor parte del mundo es el instrumento más importante para la socialización y la educación; ella hace lo que antes hacían la familia, la Iglesia y la escuela.
La televisión le da al joven una primera visión del mundo exterior; le define el significado de la buena vida; le presenta los estándares de los que debe considerar el éxito, la satisfacción, el buen gusto y la conducta apropiada; condiciona deseos, define aspiraciones y expectativas, a la vez que perfila los límites entre la conducta aceptable e inaceptable.
El resultado: la televisión ha llegado a estar cada vez más inclinada hacia la sensualidad, la sexualidad y lo sensacionalista. Es más, en el momento que se extrapola cualquier valor de su programación, claramente observamos que se alaba la autogratificación, se normaliza la violencia intensa y la brutalidad, se alienta la promiscuidad sexual y se condesciende con los peores instintos del público: se ha perdido control sobre la conducta social.
No es exagerado decir que los productores de televisión y películas de Hollywood se han convertido en pervertidores culturales; ellos han propagado una ética social autodestructiva.

Methol Ferré:

El hegemonismo occidental científico tecnológico se transforma en el acelerador de la difusión mundial de una decadencia. De este modo se universaliza la crisis de occidente, sobre todo de los Estados Unidos. Hay una crisis de valores en los cimientos de la sociedad, una decadencia religiosa que no fue sustituida por nada que haya sido capaz de dar fundamento a la arquitectura y convivencia social. (…)
Zbigniew Brzezinski es quien mejor traza el perfil de los qué está surgiendo. Caracteriza a la sociedad de consumo del mundo capitalista como la “cornucopia” del consumo de los deseos infinitos (…) utiliza la imagen en la que Júpiter se alimentaba de un cuerno repleto de todos los deseos posibles. Brzezinski usa esta imagen pero después agrega una observación capital: que por primera vez en la historia se democratiza.  Brzezinski dice en una parte de su libro que el movimiento de masas que genera el marxismo se proponía explícitamente la eliminación de Dios, la consumación de la muerte de Dios con la victoria del hombre. La paradoja es que la muerte de Dios está terminando con el ateísmo mesiánico. De hecho, el ateísmo ha cambiado radicalmente de figura. No es mesiánico sino libertino; no es revolucionario en el sentido social sino cómplice del statu quo; no se interesa por la justicia sino por lo que permite cultivar un hedonismo radical. (…)

Methol Ferré plantea un ejemplo con el fenómeno de la droga:

En una sociedad aristocrática la droga es un epifenómeno, está ligada a las oportunidades, a ciertos momentos, la vida de un aristócrata no es una vida drogada. En nuestras sociedades la vida drogada es algo cada vez más normal. Sobre todo en los sectores empobrecidos, en sus jóvenes. Las favelas son bosques de antenas televisivas que difunden la imagen de un bienestar al que se tiene derecho, que debe ser accesible a todos. Pero con la imaginación, no en realidad. En la puerta hay un sustituto: la droga, su distribución y consumo.

Samuel Huntington

Huntington
Por último tenemos la obra de Samuel Huntington, El choque de civilizaciones. Huntington al igual que Fukuyama, entiende que el fondo de todos los conflictos es esencialmente cultural, pero le critica su “optimismo” de creer que con el fin de la guerra fría y el mundo bipolar se terminarían los conflictos ideológicos y con ellos la historia misma.
“Resulta claro que el paradigma de un solo mundo armonioso está demasiado lejos de la realidad para ser una guía útil en el mundo de la posguerra fría”
Otro paradigma criticado por Huntington es la idea de “dos mundo” es decir, “nosotros y ellos”, “países ricos contra países pobres”, “occidente contra oriente”, “zonas de paz contra zonas de guerra”, etc.
“Para la mayoría de los propósitos, el mundo es demasiado complejo para que resulte útil considerarlo simplemente dividido económicamente entre norte y sur, o culturalmente entre este y oeste”
También se descarta la teoría “realista” que plantea que el futuro estará signado por la relación entre los Estados, que independiente a través de distintos medios buscarán conseguir sus intereses.
“Aunque los Estados siguen siendo los actores básicos de los asuntos mundiales,  también sufren pérdidas de soberanía, de funciones y de poder. Actualmente, las instituciones internacionales afirman su derecho a juzgar y a restringir la actuación de los Estados en su propio territorio. (…)
Las administraciones de los Estados han perdido en buena medida la capacidad de controlar la corriente de dinero que entra y sale de su país y cada vez tienen mayor dificultad en controlar los movimientos de ideas, tecnologías, bienes y personas. Las fronteras estatales, dicho brevemente, se han ido haciendo cada vez más permeables.”
El otro paradigma, que es el que comparte, entre otros Zbigniew Brzezinski, es el que Huntington llama “puro caos”.
“Este paradigma subraya: la quiebra de la autoridad gubernamental; la desintegración de los Estados; la intensificación de los conflictos tribales, étnicos y religiosos; la aparición de mafias criminales de ámbito internacional; el aumento del número de refugiados en decenas de millones; la difusión del terrorismo; la frecuencia de las masacres y de la limpieza étnica”
“este paradigma (…) tiene la limitación de estar demasiado pegado a la realidad. El mundo puede ser un caos, pero no carece totalmente de orden”
La alternativa metodológica que plantea Huntington es la de ver el mundo “desde la perspectiva de siete u ocho civilizaciones”
“Proporciona una estructura conceptual fácilmente aprehensible e inteligible para comprender el mundo, distinguir lo importante de lo trivial entre los conflictos cada vez más numerosos, predecir acontecimientos futuros y proporcionar orientaciones a los decisores políticos.
Además añade e incorpora elementos de los demás paradigmas. Es más compatible con ellos de lo que éstos son entre sí.
Una aproximación desde la óptica de las civilizaciones, por ejemplo, sostiene que:
-       Las fuerzas de integración presentes en el mundo son reales y son precisamente la que están generando fuerzas opuestas de afirmación cultural y conciencia civilizatoria
-       El mundo es en cierto modo dos, pero la distinción principal es la que se hace entre Occidente como civilización dominante hasta ahora y todas las demás, que, sin embargo, tienen poco común entre ellas, por no decir nada. El mundo, dicho brevemente, se divide en un mundo occidental y muchos no occidentales.
-       Los Estados eran y seguirán siendo los actores más importantes en los asuntos mundiales, pero sus intereses, asociaciones y conflictos están cada vez más configurados por factores culturales civilizados.
-       El mundo es ciertamente anárquico, está plagado de conflictos tribales y de nacionalidad, pero los conflictos que plantean mayores peligros para la estabilidad son los que surgen entre Estados o grupos procedentes de civilizaciones diferentes.”

Para Huntington una civilización es “la entidad cultural más amplia. Aldeas regiones, grupos étnicos, nacionalidades, grupos religiosos, todos tienen culturas distintas con diferentes grados de heterogeneidad cultural. La cultura de una aldea del sur de Italia puede ser diferente de la de una del norte de Italia, pero ambas comparten una cultura italiana común que las distingue de las aldeas alemanas, a su vez, compartirán rasgos culturales que las distinguen de las colectividades chinas o hindúes. Los chinos, hindúes y occidentales, sin embargo, no forman parte de ninguna entidad cultural más amplia. Constituyen civilizaciones. Así una civilización es el agrupamiento cultural humano más elevado y el grado más amplio de identidad cultural que tienen las personas, si dejamos aparte lo que nos distingue a los seres humanos de otras especies entonces las civilizaciones contemporáneas son las siguientes:

Ortodoxa: tiene su raíz en la religión cristiana ortodoxa y su centro en la actual Rusia, expandiéndose hacia varios países de Europa Oriental, Bielorrusia, Ucrania (al menos su parte oriental), Rumania, Hungría y los países balcánicos.

China: se aplica propiamente a la cultura común de China y a las colectividades chinas del sudeste asiático y de otros lugares fuera de China, así como a las culturas afines de Vietnam y Corea.

Japonesa: civilización distinta de la china pero vástago de ella.

Hindú: basado en la religión hindú

Islámica: basado en la religión islámica y existen dentro de ella muchas cultura o subcivilizaciones, entre ellas la árabe, la turca, la persa y la malaya.

Occidental: tiene tres componentes principales, en Europa, Norteamérica y Latinoamérica, aunque esta última ha seguido una vía de desarrollo diferente y puede considerarse una civilización distinta.

Latinoamericana: aunque seguido una vía de desarrollo diferente se le considera como un vástago de la parte europea de la civilización occidental y también incorpora elementos de las civilizaciones americanas indígenas, y mantiene a diferencia de Europa y EEUU una tradición religiosa exclusivamente católica aunque esto está cambiando en el último tiempo. Su importancia oscila entre dos extremos: México, América Central, Perú y Bolivia, por una parte, y Argentina y Chile por otra.
Subjetivamente, los mismos latinoamericanos están divididos a la hora de identificarse a sí mismos. Unos dicen: “Sí, somos parte de occidente”. Otros afirman: “No, tenemos nuestra cultura propia y única”
Latinoamérica se podría considerar, o una subcivilización aparte, íntimamente emparentada con Occidente y dividida en cuanto a su pertenencia a él.

Africana (posiblemente): El norte del continente africano y su costa este pertenecen a la civilización islámica. Históricamente, Etiopía, constituyó una civilización propia. En otros lugares, el imperialismo y los europeos aportaron elementos de la civilización occidental. Por toda África, las identidades tribales son generales y profundas, pero los africanos están desarrollando, cada vez más, un sentido de identidad africana y cabe pensar que el África subsahariana podría aglutinarse en una civilización peculiar, cuyo Estado central posiblemente sería Sudáfrica.


Las relaciones futuras tendrán la impronta de las civilizaciones mundiales y muchos de los conflictos tendrán por escenario lo que Huntington denomina “líneas de fractura” entre civilizaciones, que es el lugar donde se encuentran sus límites geográficos-culturales, y entre las más importantes figuran las que representan la línea de la frontera mexicana-estadounidense, la línea que separa la Europa Occidental de la Ortodoxa, la que separa la Ortodoxa o la Occidental de la Islámica, la Islámica de la Hindú, la Hindú de la China, la China de la Japonesa, etc.

Recapitulando...


Más allá de las llamativas diferencias entre estas tres "metainterpretaciones", Alberto Methol Ferré busca los elementos en común que tienen:
"Convergen en el intento de fundar una visión globalizante del mundo post-89. Fukuyama, cuando insinúa que también el "fin de la historia" puede tener un final y se recaiga en la historia, preanuncia la posición de Brzezinski, quien va más allá, porque no sólo argumenta que estamos en plena crisis, sino que señala sus implicaciones. Huntington, por el contrario, cree en la superioridad de occidente. Un occidente de un protestantismo abstracto, sin historia. Y no habla de sus crisis; lo ve hegemónico y al  mismo tiempo amenazado por otras civilizaciones que le absorben los resultados técnicos sin ser sustancialmente modificadas. Para él, la lucha entre culturas es la lucha del mundo unificado."

Cultura

Pereira
Es interesante apreciar que los tres intelectuales ponen el elemento cultural por encima de todo lo demás, así, Fukuyama entiende que la cultura norteamericana, en su calidad de síntesis última del pensamiento humano, tiene el destino de imponerse en el mundo de forma inevitable al no existir más una ideología que pueda competir con su supremacía. Brzezinski ve en esa misma superioridad cultural norteamericana el germen de su decadencia, por la corrupción moral y el hedonismo que esta genera y exporta al mundo. Y por último Huntington ve en la identificación cultural de las distintas sociedades del mundo con sus civilizaciones respectivas la base de los futuros conflictos de la humanidad.

Globalización
 
Hay algunos elementos para destacar en las tres posiciones: en primer lugar, el mundo "unificado" o también lo podríamos llamar "globalizado", Methol Ferré también nos habla del concepto de globalización.

"Es un vocablo que se populariza definitivamente en los años 90 (...). Comienza a adquirir ciudadanía a partir del intelectual católico canadiense Marshall McLuhan, durante el Concilio Vaticano II, con su conocida y ampliamente comentada perspectiva de la "aldea global" formulada en 1964. (...)
En 1992 (...) el escenario ya era global: el colapso de la segunda potencia mundial, la URSS, era reciente, y el modelo económico neo-liberal-capitalista se imponía ideológicamente sin competidores; la misma China, heredera del mundo socialista, asimilaba a un ritmo cada vez más sostenible la economía de mercado y abría las puertas a los capitales occidentales... (...) Sólo después del 89 el término globalización pudo designar con propiedad todo el conjunto, y entrar en el lenguaje común y corriente"

Crisis del Estado-nación

Las tesis de los tres intelectuales norteamericanos también implican la visión de un mundo donde los Estados-nación entran en una etapa de descomposición, decadencia o crisis, ya sea fundiéndose con todos los demás Estados del mundo perdiendo sus determinantes históricas, conservando quizá una difusa, frágil y delgada lámina de identidad (Fukuyama); descomponiéndose en crisis internas y volviéndose cada vez más vulnerables a procesos y factores externos (Brzezinski); o buscando identidades más amplias en el marco de los afectos y vínculos culturales y civilizacionales (Huntington).

Modernidad

La modernidad para Fukuyama es el avance de las ideas y técnicas occidentales por el mundo: la democracia liberal, la economía de mercado y el avance tecnológico e industrial, por ser ideas "superiores"  deben aplicarse en todo el mundo y los obstáculos presentados por religiones o ideologías "tradicionales" deben desaparecer o atenuarse para que el mundo "progrese" y "avance". Brzezinski comparte la idea de modernidad de Fukuyama pero percibe ciertos peligros en el papel que juega la industrialización y tecnología de la información en la distribución a las masas de un cierto estilo de vida que genera corrupción, caos y conflicto. Por último, Huntington aprecia que la modernidad no es aceptada en su totalidad por todas las sociedades o civilizaciones, sino que la adopción por parte de civilizaciones no occidentales de los avances tecnológicos e industriales de Occidente no implica la adopción de su estilo de vida democrático liberal o su sistema económico, sino más bien todo lo contrario, para él, la modernización tecnológica e industrial de otras sociedades genera un aumento de su orgullo e identidad autóctona y un rechazo del estilo de vida occidental. 

Recursos naturales

Un curioso patrón común en los tres autores es la ausencia casi total de referencias a la importancia de los recursos naturales y la necesidad que tienen de estos sobre todo los Estados Unidos: las necesidades energéticas (petróleo y gas natural), minerales estratégicos, agua y biodiversidad que llevan a que amplias zonas del mundo incluida América Latina sean de vital importancia estratégica para los Estados Unidos, tanto para manetener sus altos niveles de consumo, así como para estar preparado para futuros escenarios de crisis económicas o militares.

 


 



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