AMÉRICA LATINA EN EL MUNDO ACTUAL
Atilio Boron |
El intelectual argentino Atilio Boron realiza un acercamiento
de la problemática mundial actual hacia América Latina. A raíz de diversos
trabajos: Imperio & Imperialismo (2002), América Latina en la geopolítica del imperialismo (2012),
Papel de ALC en el tablero geopolítico mundial (2013), y otros; El
doctor Boron ha estudiado sobre todo el papel de los Estados Unidos con
respecto a América Latina. Para él, los Estados Unidos representan una amenaza
mundial debido a su voluntad de control y dominación del mundo, lo que
conocemos como imperialismo, y América Latina debe estar atenta y prepararse
para resistir los embates del imperialismo estadounidense. Como egresado de la
Universidad de Harvard, el doctor Boron suele utilizar para sus análisis, las
teorías y visiones de connotados intelectuales norteamericanos para extraer de
ellos cual es la ideología predominante en EEUU con respecto al mundo, y cuáles
son sus estrategias de dominación mundial. También sus análisis tienen un alto
contenido de elementos geopolíticos, geoestratégicos y militares. En este
sentido uno de los intelectuales que más ha influido en sus análisis (aunque no
en su pensamiento) es Zbigniew Brzezinski, al cual ya nos hemos referido
anteriormente.
Atilio Boron para referirse al
momento actual que vive nuestro continente y el mundo suele citar una frase del
actual presidente de Ecuador, Rafael Correa, que en más de una oportunidad ha
referido que lo que estamos viviendo “no es una época de cambios, sino un
cambio de época”, en efecto, para Borón la razón del “cambio de época” se debe
en gran parte a las transformaciones del sistema internacional actual, sobre
todo “el sistema imperialista” del cual, los Estados Unidos son su centro.
Por lo tanto el “sistema
imperialista americano” está atravesando serias transformaciones y crisis, en el
Papel de ALC en el tablero geopolítico mundial, Atilio Boron realiza una
síntesis de los mismos:
a
-
Volatilidad e inestabilidad del sistema imperial
“En poco más de veinte años [el sistema internacional]
experimentó tres significativas mutaciones: todavía en 1991 era un sistema al
cual el orden bipolar contenía, si bien precariamente y con relativa eficacia,
gracias al equilibrio del terror atómico coagulado a la salida de la Segunda
Guerra Mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Entre 1991 y el 2001
el formato del sistema cambia: implosionada la Unión Soviética, el sistema se
convierte súbitamente en unipolar, desacomodando a un orden mundial que no
podía seguir siendo bipolar pero que no estaba (ni aún está) para asumir a
fondo la realidad del multilateralismo (…) Con los atentados del 11 de
Setiembre del 2001 el unipolarismo se derrumbaría tan estrepitosamente como las
Torres Gemelas, dando comienzo a una era de creciente multipolarización
económica y política que, sin embargo, convive con el unipolarismo militar
estadounidense (…) tres significativas transformaciones se registraron en
apenas dos décadas. De ahí la inédita volatilidad –y peligrosidad– de la
situación actual.
En consecuencia, hoy tenemos un sistema internacional
enormemente más complejo, y un orden mundial sin capacidad de expresar las
nuevas realidades planetarias.
Según Brzezinski (…) los rasgos principales de estas
modificaciones en las placas tectónicas del sistema internacional son las
siguientes: (a) un desplazamiento del poder global del Oeste hacia el Este; (b)
el declinio del poderío estadounidense; (c) la problemática capacidad de China
para reemplazar a Estados Unidos como líder global. Sin dejar de reconocer la
importancia de estos señalamientos nos parece que sería necesario agregar
otros, tales como: (d) los impactos de la crisis civilizatoria del capitalismo,
y sus consecuencias sobre el medioambiente, la sociedad y el orden político;
(e) los avances en los procesos de resistencia al imperialismo en América
Latina y el Caribe y el lento pero inexorable despertar del mundo árabe y, en
general, de los pueblos de la periferia; (f) la declinación de Europa, sede de
las mayores potencias coloniales de la historia. Un documento del Departamento
de Defensa ofrece una visión más concreta de estos al afirmar que “Los Estados
Unidos, nuestros aliados y socios enfrentamos un amplio espectro de desafíos,
entre los cuales se cuentan las redes transnacionales de extremistas violentos,
estados hostiles dotados de armas de destrucción masiva, nuevos poderes
regionales, amenazas emergentes desde el espacio y el ciberespacio, desastres
naturales y pandémicos, y creciente competencia para obtener recursos.” Y en esta misma línea, un memorándum de la
Henry M. Jackson School of International Studies preparado para la Casa Blanca,
titulado “Overview of United States of America’s National Security Strategy
2009”, parte de la premisa de que Estados Unidos está en guerra, y que seguirá
en guerra por muchos años más y que, en función de esto, se recomienda “usar la
fuerza militar, donde sea efectiva; la diplomacia, cuando lo anterior no sea
posible; y el apoyo local y multilateral, cuando sea útil.”
b
-
Decadencia imperial: síntomas
principales
“El mismo Brzezinski, junto con Henry Kissinger uno de los
más descarnados defensores y a la vez realistas investigadores del imperio (…)
plantea un sugestivo paralelismo entre la situación de la Unión Soviética en
las dos décadas inmediatamente anteriores a su implosión: un sistema político
incapaz de revisar y corregir sus políticas; una bruta expansión del gasto
militar (…); pérdida de competitividad en áreas tecnológicas clave; deterioro
en los estándares de vida de la población ante la cínica insensibilidad de su
clase dirigente, cada vez más afortunada; y un progresivo aislamiento
internacional. No deja de ser sumamente
llamativo que un autor de talante muy conservador como Brzezinski establezca
esta analogía entre el clima cultural y político que precedió a la implosión de
la URSS y el que a la fecha predomina en los Estados Unidos.
La nueva crisis general del capitalismo es un elemento
adicional que tipifica la decadencia del poderío global norteamericano.
Estallada en sus entrañas, en Wall Street, seis años más tarde todavía no ha
sido resuelta pese a los fenomenales costos del “rescate” de los oligopolios y
las firmas que con sus conductas la precipitaron. Los problemas estructurales
de la economía estadounidense, evidenciados en los déficits fiscal y comercial,
parecerían ya haberse vuelto incontrolables. Su desorbitado endeudamiento
público, que rebasa al cien por ciento de su producto bruto, continúa creciendo
de modo incontenible, lo que se plantea la pregunta, nada académica sino
eminentemente práctica, de hasta cuándo podrá Estados Unidos seguir viviendo a
costas del ahorro de los otros países.
Este preocupante cuadro económico de los Estados Unidos se
complica aún más cuando se comprueba que en las últimas décadas se ha
profundizado su vulnerabilidad externa debido a su alta dependencia de
suministros clave –especialmente petróleo y minerales estratégicos ,imprescindibles
para mantener no sólo para su industria de defensa y su superioridad militar,
sino también su desaforado e irracional patrón de consumo, mientras que el
debilitamiento del dólar es incontrastable y parecería no tener retorno.
(…) en el momento actual no sólo las reservas internacionales
se están alejando del dólar, sino que también lo está haciendo el comercio
mundial. En síntesis: una creciente proporción del comercio mundial ya se
efectúa al margen del dólar y apelando a otras monedas. Así lo hacen ya China y
Japón, la segunda y tercera economía del mundo, y tantas otras alianzas más.
Esquemas similares se han ensayado en América Latina.
Segundo, la erosión y parálisis del proyecto europeo, carente
de la visión y voluntad política requeridas, debilitado por el estallido de los
antiguos Estados nacionales (…) y desgarrado por las insalvables
contradicciones entre una pretendida moneda única, el euro, y la diversidad de
políticas fiscales nacionales, como lo demuestran sobradamente los casos de
Grecia, Chipre y otros países. Tercero, el incontenible ascenso económico pero
también militar y político de China y, detrás de China, de toda Asia comenzando
nada menos que por la India, produciendo ese significativo desplazamiento del
centro de gravedad de la economía y la política mundiales del Oeste al Este
como lo describiera Brzezinski; el cuarto y último indicador es “la lenta,
firme y creciente decrepitud de Naciones Unidas, en especial de su órgano más
importante, el Consejo de Seguridad”, prueba más que evidente del completo
divorcio entre un “orden mundial” diseñado según la correlación de fuerzas y
los actores existentes a la salida de la Segunda Guerra Mundial y la realidad
contemporánea, en la cual tanto la primera como los segundos han variado
considerablemente. El fracaso de la guerra imperialista en Irak, de donde
Estados Unidos se retiró sin haber logrado sus objetivos de apoderarse del
petróleo iraquí y normalizar su explotación para garantizar su acceso exclusivo
al mismo, unido al empantanamiento –y segura derrota– de sus fuerzas en
Afganistán terminan por configurar un cuadro que justifica con creces la tesis
de que hemos ingresado a una nueva etapa histórica y que hemos comenzado a
transitar por una época diferente.”
c-
Deterioro del sistema de alianzas político-militares
“En el último cuarto de siglo se produjo un visible deterioro
del sistema de alianzas político-militares que el imperio había forjado desde los
lejanos días de la segunda posguerra. Este sistema reposaba sobre los
siguientes acuerdos regionales: Medio Oriente, Europa, Extremo Oriente y
América Latina.
En Medio Oriente (…) Washington logró constituir un firme trípode
formado por Israel (…), Irán y Egipto. Pero ese triángulo se fracturó y ya no
existe más: en 1979 una revolución popular acaba con el absolutismo monárquico
del Sha e instaura en su lugar una república islámica profundamente antagónica
con los Estados Unidos; y en febrero del 2011 una impresionante oleada de
movilizaciones populares tumba al régimen de Hosni Mubarak, con lo cual la mesa
de tres patas sobre la que se asentaba el predominio norteamericano en la
región queda reducida a una tambaleante superficie apoyada en un Israel cada
vez más radicalizado y aislado y en la ayuda que puedan proporcionar las
corruptas y desprestigiadas teocracias del Golfo, principalmente Arabia
Saudita. Pero el problema es que no sólo Israel ha seguido un curso de acción
cada vez más insostenible sino que la estabilidad política de Saudiarabia está
seriamente puesta en cuestión. Esto es así por el avance del fundamentalismo
islámico que considera al régimen de Riad como herético al haber autorizado la
instalación de bases militares de los “infieles” estadounidenses en la Tierra
Santa del Islam, donde se encuentran las dos ciudades sagradas de ese credo: La
Meca y Medina. El fervoroso apoyo de Estados Unidos a Israel se explica en gran
medida por la necesidad de aferrarse a la única pata todavía en pie de la mesa
que en el pasado le asegurara una indisputada predominancia en la región. El
problema es que Medio Oriente seguirá siendo, por lo menos mientras tenga
petróleo, una región de enorme importancia para Estados Unidos y los
capitalismos metropolitanos. El debilitamiento de la presencia de Washington en
el área tiene como resultado inevitable la intensificación de las presiones
para “normalizar” la situación de su reserva estratégica: América Latina y el
Caribe.
El año 1979 fue un verdadero annus terribilis para el imperio: no sólo se derrumbó el régimen
del Sha, verdugo de Estados Unidos en la región, sino que con el triunfo de la
Revolución Sandinista se produjo el derrumbe de otro de los gendarmes
regionales del imperio, esta vez en Centroamérica. En efecto, el 19 de Julio de
1979 caía el régimen de Anastasio Somoza Debayle (“Tachito”), al paso que el
Reza Pahlevi había sido desalojado del poder el 16 de Enero de ese mismo año.
(…) En todo caso, la caída de Somoza Debayle potenció la desestabilización de
toda la región centroamericana, en donde violentos conflictos armados se
sucedieron a lo largo de esos años principalmente en El Salvador y Guatemala.
Más al Sur, complejos procesos sociopolíticos irían a generar nuevos desafíos a
la Casa Blanca: la estabilización de la presencia de la guerrilla en Colombia
unida a crecientes procesos de movilización como respuesta a las políticas
neoliberales impuestas a partir de la década de los ochentas, estimuladas por
la crisis de la deuda externa, fueron sentando las bases sobre las cuales luego
irrumpirían la Revolución Bolivariana en Venezuela [1999], el triunfo de Evo
Morales y los movimientos indígenas y cocaleros en Bolivia [2005] y la
Revolución Ciudadana en Ecuador [2007], al paso que en Brasil [2003], Argentina
[2003] y Uruguay [2005] la resistencia a las políticas ensayadas por gobiernos
sometidos al arbitrio de los personeros del Consenso de Washington dieron
lugar, ya con la vuelta de siglo, a inéditos experimentos políticos que
rápidamente se alinearon, en el plano de la política interamericana y en buena
medida internacional, con los países arriba nombrados. La conjunción de estos
procesos, disímiles en sus orientaciones más específicas y en los ritmos del
proceso de cambio, alcanzó su apogeo en la Cumbre de Presidentes de las
Américas celebrada en Mar del Plata [2005], en donde naufragó el más ambicioso
proyecto elaborado por la Casa Blanca desde la Doctrina Monroe en 1823: el
ALCA.”
Por supuesto que Europa ha sido y será una región de suma
importancia para Estados Unidos. Allí se encuentran sus aliados más estables,
comenzando por el Reino Unido, cuya docilidad ante los dictados de Washington
es proverbial (…) De hecho lo que hoy caracteriza a la Unión Europea es
precisamente la erosión y parálisis del proyecto europeo, carente de la visión
y voluntad política requeridas, (…) Añádase a lo anterior el hecho de que
Europa sea hoy un continente devastado por la crisis y se obtendrá una
excelente fotografía de las dificultades con que tropieza el más antiguo e
importante aliado de Estados Unidos en el equilibrio geopolítico mundial.
El Lejano Oriente es otra de las regiones en las cuales la
presencia norteamericana enfrenta graves e inéditos desafíos. En primer lugar,
el irresistible ascenso de China hacia la condición de la mayor economía del
planeta, dura realidad que pese a sus tempranos indicios tomó de sorpresa a
gran parte del establishment
estadounidense. Esperaban un crecimiento económico importante de la potencia
asiática, pero erraron el cálculo en dos dimensiones: nunca pensaron que sus
tasas de crecimiento serían tan elevadas y nunca concibieron la posibilidad de
que se mantuvieran por tanto tiempo. La cierto es que la irrupción de China
desplazó el centro de gravedad de la economía mundial desde el Atlántico Norte
hacia el Asia-Pacífico. Como era de esperarse, esta renovada gravitación
económica de China no tardo en manifestarse en la arena militar con un impresionante
esfuerzo de modernización de sus fuerzas armadas. Pero la gravedad de los
desafíos que plantea el Lejano Oriente para Washington no se limitan a China:
igualmente preocupante es el debilitamiento de quien fuera su baluarte
regional, Japón, acosado por una recesión que se extiende por más de dos
décadas y una menguante influencia en el área. Estados Unidos realizó esfuerzos
desesperados para involucrar a Japón en su proyecto de relanzamiento de su
poderío militar en el Extremo Oriente, al punto tal que presionó al gobierno
nipón hasta lograr que sancione una reforma constitucional que habilita a las
fuerzas armadas de ese país para involucrarse en escenarios bélicos fuera de
sus fronteras, rompiendo así con una norma constitucional establecida luego de la
catastrófica derrota en la Segunda Guerra Mundial. Por último, en esa parte del
mundo se encuentran también Rusia y las dos Coreas. La primera, avanzando
resueltamente por el camino de la recuperación económica y el fortalecimiento
militar con vistas a recuperar al menos en parte el crucial papel que jugara su
predecesora soviética en el largo período transcurrido entre la finalización de
la Segunda Guerra Mundial y el derrumbe del sistema soviético en 1991-92. La
economía rusa está lejos de equipararse a otras como la china, la japonesa o la
surcoreana, pero su arsenal militar y sus avances tecnológicos en esta materia
son de larga data y tan buenos como los que puede exhibir Estados Unidos. El
Lejano Oriente es también la parte del mundo en la que se encuentran las dos
Coreas: una, la del sur, notable por su vibrante economía y su extraordinario
crecimiento que la ha llevado a ser el único país del Tercer Mundo que cruzó la
cada vez más intransitable frontera que divide al subdesarrollo del desarrollo.
Pero hay algo más: Corea del Norte ha demostrado que pese a las restricciones y
obstáculos de todo orden impuesto por Estados Unidos con la complicidad de gran
parte de las naciones del Occidente capitalista ha logrado desarrollar un
programa nuclear que ya no puede ser desestimado y que podría tener una
significativa gravitación en el plano regional.
d
-
Cambios en la estrategia militar del Pentágono
La situación
sucintamente descrita más arriba ha obligado a Washington a repensar su
estrategia militar con vistas a encarar con posibilidades de éxito políticas
que contrarresten tan amenazantes tendencias. En primer lugar, una decidida
apuesta por el fortalecimiento de su poderío naval en detrimento de las fuerzas
de tierra, dado que sólo el primero le permite resolver la ecuación
desplazamiento-saturación de fuerzas que requiere un ejército imperial que
tiene por teatro de operaciones el globo terráqueo. Grandes guarniciones
militares acantonadas en los más diversos lugares no garantizan la capacidad de
desplazar con rapidez esas fuerzas cuando lo requieran las circunstancias. En
segundo lugar, una redefinición en línea con lo anterior del papel de las bases
militares, ya no más de tipo tradicional (como Guantánamo, Okinawa, Guam o las
múltiples existentes en Europa) con una numerosa tropa y un amplio sector civil
emplazados en diversos territorios a la espera de ser llamados a entrar en
acción. Gracias a los avances en el transporte aéreo y marítimo, a la
informática, la radarización y los acuerdos bilaterales que permiten contar con
el esencial abastecimiento de combustibles los nuevos tipos de bases son en
realidad FOLS, por su sigla en inglés (Forward Operating Locations). Las FOLs
son unidades militares que cuentan con una adecuada pista de aviación, suministro
confiable de combustible y vituallas de todo tipo, y un avanzado sistema de
comunicaciones todo lo cual permite el rápido desplazamiento de las unidades de
combate a los más variados frentes de conflicto. Las FOLs actúan en conjunción
con otras mayores, de tipo clásico, que son las que despachan los contingentes
–tropa, equipos, vehículos, armas, etcétera- requeridos por las circunstancias
al escenario local del conflicto. Las principales bases que cumplen esta
función en América Latina y el Caribe son Guantánamo en Cuba; Palmerola /Soto
Cano en Honduras; Palanquero, en Colombia; Mariscal Estigarribia, en Paraguay;
y la base establecida por la RAF (Royal Air Force) de Gran Bretaña en Mount
Pleasant, Malvinas, que cuenta con numeroso personal y equipamiento de Estados
Unidos. Completa este círculo la base también británica pero en condominio con
los estadounidenses en las Islas Ascensión, en el Atlántico ecuatorial. Entre
ambas, Mount Pleasant y Ascensión, se ejerce un total control del Atlántico
sudamericano. Tercero, y último, un replanteamiento de la estrategia militar en
donde la gravedad de los desafíos provocados por la inexorable necesidad de
competir en la “cacería de los recursos” exige la máxima flexibilidad operativa
y la necesidad de prescindir de las restricciones impuestas por las sucesivas
Convenciones de Ginebra: de ahí el creciente papel que desempeñan los
mercenarios contratados especialmente por el Pentágono para llevar adelante
cierto tipo de tareas, operaciones y actividades de inteligencia sin las
restricciones que imponen no sólo los acuerdos de Ginebra sino las propias
leyes de Estados Unidos. Según datos oficiales, el número de militares
estadounidenses en estado de servicio activo al 31 de enero de 2012 ascendía a
1.458.219. Pero a estos debían sumárseles unos 225 mil “contratistas” , es
decir, los mercenarios que constituyen aproximadamente el 15% del total del
personal militar “formal” de Estados Unidos y cuyas actividades se desenvuelven
en una suerte de vacío legal, en donde normas y comportamientos expresamente
prohibidos por las Convenciones ginebrinas son completamente dejados de lado.
Torturas, asesinatos selectivos, vuelos ilegales, cárceles secretas,
prisioneros fantasmas en barcos de guerra y toda clase de atrocidades imaginables
pasan a formar parte de la rutina de una guerra que, al privatizar y tercerizar
un creciente número de sus operaciones, coloca a la Casa Blanca a salvo de
cualquier clase de impugnación legal, a la vez que amplía su discrecionalidad
en materias bélicas al conducir gran parte de esas operaciones en el mayor
secreto y sin tener que lidiar con la interferencia de la prensa o el Congreso.
Una consecuencia de la respuesta meramente militar a los
grandes desafíos del mundo actual (…) ha sido el desorbitado crecimiento del
gasto militar estadounidense. Este, que al momento de producirse la implosión
de la Unión Soviética equivalía al de los doce países que lo seguían en gasto
militar, ha llegado a ser en el 2010 equivalente al de todo el resto de los
países, superando el umbral para algunos inalcanzable del billón de dólares (o
sea, un millón de millones de dólares) si se toman en cuenta, como corresponde,
los gastos de la antigua National Veterans Administration, ahora promovida
tanto por el enorme número de sus asistidos como por el volumen de su
presupuesto al rango de Department of Veterans Affairs . Esto también es gasto
militar, ya que se encarga de atender y sanar a los heridos y mutilados en las
múltiples guerras del imperio. Los 140.300 millones de dólares de este DVA
superan al segundo presupuesto militar del mundo, el de China, que en el año
2010 ascendía a 119 mil millones de dólares; y no es tan inferior al
presupuesto combinado de los países ubicados en el tercer, cuarto y quinto
lugar del fatídico ranking del gasto militar: Reino Unido, Francia y Rusia que
en su total ascendían a unos 180 mil millones de dólares. Súmesele a lo
anterior los “gastos de reconstrucción” de lo que los misiles y bombas
estadounidenses destruyen y que son encomendados a empresas “amigas” del poder
y que a su vez financian las campañas de presidente, gobernadores y
congresistas (como Halliburton y otras megacorporaciones, por ejemplo) y se
llegará fácilmente a superar la barrera antaño infranqueable del billón de
dólares en gastos militares.
Esta desaforada expansión militarista del imperio se refleja
no sólo en el presupuesto militar sino también en el crecimiento del número del
personal civil. Este asciende, en el caso del Comando Sur –entiéndase:
excluyendo a oficiales, suboficiales y soldados- a 1.600 funcionarios, lo que
duplica el número total de servidores públicos destinados a monitorear o
intervenir en las relaciones con América Latina de todas las demás agencias y
secretarías del gobierno federal, incluyendo los departamentos de Estado,
Agricultura y Comercio. Se trata de una situación que no tiene precedentes en
la historia de las relaciones interamericanas pero que, sin duda, constituye un
signo ominoso de los nuevos tiempos.
De hecho, si hasta hace poco más de una década la política
exterior de Estados Unidos se elaboraba en –y era conducida por– el
Departamento de Estado, en la actualidad ambas funciones las ha absorbido el
Pentágono, con un obvio resultado: la militarización de las relaciones
internacionales. Como declaró un alto oficial de las fuerzas armadas de los
Estados Unidos no hace mucho tiempo, apelando a un viejo aforismo inglés: “Si
el único instrumento que tienes es un martillo, todos tus problemas lucirán
como un clavo” . En la práctica, todos los problemas que aparecen en el
horizonte de la Casa Blanca cuando su ocupante dirige su mirada hacia el sur,
son clavos que requieren una solución militar: el terrorismo, el narcotráfico y
los irresponsables desbordes del populismo, origen de las más diversas formas
de subversión del orden actual, son cuestiones a las cuales se las debe
enfrentar con una lógica militar. Lo otro: la diplomacia, la promoción del
desarrollo con equidad, la cooperación internacional, vendrán después. Un
episodio muy significativo ilustra adecuadamente los alcances de la
militarización de la política exterior de Estados Unidos. Pocas semanas después
que el Presidente Lula anunciara el descubrimiento de un enorme manto
petrolífero submarino en el litoral paulista, la Casa Blanca dio la orden de
reactivar la Cuarta Flota de la Armada de los Estados Unidos, que había sido
desactivada en 1950 y que ni siquiera se había movilizado durante la Crisis de
los Misiles, de octubre 1962, cuando el mundo estuvo al borde de una guerra
termonuclear desencadenada por la reacción de Washington ante la instalación de
cohetería soviética en Cuba. Mantenida en sus apostaderos aun en tan crítica
ocasión, la flota se reactivó el 12 de Julio de 2008 sin que mediara una
comunicación oficial de Washington a los presidentes o primeros ministros de
América Latina y el Caribe. Quienes recibieron la noticia fueron los jefes de
los estados mayores de las fuerzas armadas de nuestros países, quienes luego a
su vez informaron sobre el asunto a los jefes de gobierno y los Congresos de la
región.
Esto habla con suma elocuencia de la primacía que la Casa
Blanca le asigna al canal militar de comunicaciones con sus vecinos del Sur y,
por supuesto, al andamiaje militar en cada uno de nuestros países. En este
caso, la comunicación fue transmitida por ese canal a los efectos de evitar que
la renuencia de un presidente díscolo con los dictados del imperio o la
intromisión de parlamentarios desafectos con las políticas de Washington
pudiera entorpecer los alcances de la iniciativa, abrir una discusión sobre el
tema, examinar cuáles son sus propósitos y, más encima, afectar la estabilidad
y la solidez de los estrechos vínculos que el Pentágono mantiene con los
militares de la región y, por añadidura, diversas agencias de seguridad, entre
ellas el FBI, tiene con las policías de Latinoamérica y el Caribe.
Inserción de América
Latina y el Caribe en el sistema imperialista
Llegados a este punto conviene preguntarse por el lugar que
Nuestra América ocupa en el dispositivo político-militar del imperio. Cuestión
ésta tanto más importante cuanto más se insiste, desde Washington y también por
parte de sus epígonos latinoamericanos y caribeños, que nuestra región carece
de importancia en el tablero geopolítico mundial. Según esta opinión
establecida, las prioridades del imperio serían, en primer lugar Medio Oriente,
por su enorme riqueza petrolera; luego Europa, aliada incondicional, gran socia
comercial y complica de cuantas aventuras imperialistas haya lanzado la Casa
Blanca; luego el Extremo Oriente, por China, las dos Coreas y Japón; en cuarto
lugar, Asia Central, importante por su potencial petrolero y gasífero, y para
crear un dique de contención para frenar la expansión del fundamentalismo
islámico. Finalmente, disputando un módico quinto lugar palmo a palmo con
África aparecería Nuestra América, mendigando compasión, caridad y buenos
modales.
Pero si las cosas fueran como lo asegura esta torpe
interpretación histórica, ¿cómo explicar la inquietante paradoja de que una
región como América Latina y el Caribe, tan irrelevante según propios y ajenos,
haya sido la destinataria de la primera doctrina de política exterior elaborada
por Estados Unidos en toda su historia? Esto ocurrió tan tempranamente como en
1823, es decir, un año antes de la Batalla de Ayacucho, que puso fin al imperio
español en América del Sur. Naturalmente, se trata de la Doctrina Monroe, que
con sus circunstanciales adaptaciones y actualizaciones ha venido orientando la
conducta de la Casa Blanca hasta el día de hoy. Habría de transcurrir casi un
siglo para que Washington diera a luz, en 1918, una nueva doctrina de política
exterior, la Doctrina Wilson, esta vez referida al teatro europeo convulsionado
por el triunfo de la Revolución Rusa, la carnicería de la Primera Guerra
Mundial y el inminente derrumbe de dos imperios, el Alemán y el Austro-Húngaro,
que junto al derrotado Zarismo eran el baluarte de la reacción en Europa. No es
un dato anecdótico que esta doctrina para Europa haya sido elaborada
prácticamente un siglo después de otra relativa a un área “irrelevante” como
América Latina y el Caribe.
Logo del ALCA |
Desde el punto de vista militar uno podría agregar el ejemplo
del Comando Sur de las fuerzas armadas de Estados Unidos: fue organizado en
1963 al paso que el CENTCOM, con jurisdicción en Medio Oriente Medio, Norte de
África y Asia Central, y especialmente Afganistán e Irak, fuese creado recién
en 1983 al paso que el AFRICOM recién lo hizo en 2008
La respuesta ante estas paradojales circunstancias es
evidente: la razón de esta precoz atención es que, más allá de la retórica y de
las argucias diplomáticas, América Latina es, para los Estados Unidos, la
región del mundo más importante. Es por eso que desde sus primeros años como
nación su preocupación fue elaborar una postura política apropiada ante esa
enorme masa continental que se extendía al sur de las trece colonias
originarias. John Adams, el segundo presidente de Estados Unidos, declaró tan
tempranamente como en junio de 1783 que “Cuba es una extensión natural del
continente norteamericano, y la continuidad de los Estados Unidos a lo largo de
ese continente torna necesaria su anexión”. Como vemos, la enfermiza obsesión
yankee con la Isla tiene antiguas raíces. Más de un siglo después, el
presidente William Howard Taft, no contento con querer apoderarse de Cuba,
profetizó para Estados Unidos la anexión de todo el continente. En 1912 dijo
que “no está lejano el día en que tres banderas de Estados Unidos delimiten
nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la
tercera en el Polo Sur. La totalidad del hemisferio será de hecho nuestro, como
ya lo es moralmente en virtud de la superioridad de nuestra raza”. Como puede
apreciarse, el ALCA no era para nada una política novedosa sino la
actualización del Destino Manifiesto y de añejas objetivos que Estados Unidos
se había trazado desde sus comienzos como nación independiente. ¿Qué otra cosa
era el ALCA sino la actualización de la pretensión de Taft de enarbolar las
tres banderas a lo largo hemisferio?
Logo del ALBA |
![]() |
Algunas de las bases militares de EEUU en América Latina (Ecuador ya no tiene bases norteamericanas) |
Dados estos antecedentes es evidente la necesidad de
fortalecer todas las instancias de integración sudamericana y
latinoamericana/caribeña. En su aislamiento nuestros países no tendrán
salvación. Ni siquiera Brasil puede intentar sobreponerse a estas
determinaciones en soledad.
Es preciso que los gobiernos democráticos y reformistas y los
movimientos populares de la región comprendan cuáles son los objetivos
estratégicos de Estados Unidos en la coyuntura actual de América Latina:
primero, poner fin a la Revolución Bolivariana; segundo: garantizar el control
excluyente de la Amazonía. En relación al primer objetivo estratégico, la
prematura y muy sentida muerte del Comandante Hugo Chávez Frías se pensó que
abriría rápidamente las puertas a una “reconquista” estadounidense de
Venezuela. Sin embargo, el formidable apoyo popular con que cuenta la
Revolución Bolivariana se ha erigido como un obstáculo por el momento
insuperable a las ambiciones de la Casa Blanca. No obstante, Estados Unidos
persistirá en su empeño porque además sabe que la caída del chavismo
significaría un durísimo revés para Cuba, cuya heroica resistencia a más de
medio siglo de bloqueo norteamericano y cuyas conquistas históricas en materia
de salud, educación, deporte y seguridad social le confirieron a su pueblo una
dignidad sin precedentes en la historia. Y Washington sabe que el derrumbe de
las revoluciones bolivariana y cubana sería un muy rudo golpe para los
proyectos emancipatorios en curso –sobre todo en Bolivia y Ecuador- y para los
anhelos de los movimientos populares de la región. En cuanto al segundo
objetivo estratégico, el control de la Amazonía, esto cae por su peso con la
simple revisión de los enormes bienes comunes a los cuales aludíamos más
arriba. Sus estrategos militares saben que la segunda mitad de este siglo será
caracterizada por cruentas guerras del agua. Se puede vivir sin petróleo pero
no sin agua, y Nuestra América tiene una fenomenal cantidad de ese estratégico
e irreemplazable elemento. Lamentablemente, el gobierno brasileño no se percató
de la existencia de este objetivo estratégico y mientras los astutos
diplomáticos del imperio distraían a Itamaratí [cancillería Brasileña] con
vagas promesas de garantizar para Brasil un asiento permanente en el Consejo de
Seguridad el Pentágono se dedicaba a rodear totalmente al gigante sudamericano
con bases militares. La trampa tendida era irrisoria, pero aun así la
cancillería brasileña cayó en ella. ¿Cómo: un asiento permanente para Brasil
mientras que dos potencias atómicas y demográficas como la India y Pakistán se
quedaban afuera, lo mismo que Indonesia, el mayor país musulmán del planeta, o
potencias económicas como Japón y Alemania? No era una propuesta seria, pero
fue aceptada como si lo fuera con las nefastas consecuencias por todos
conocidas. Porque un país como Brasil, a diferencia de Paraguay, por ejemplo,
tenía los suficientes recursos de poder e influencia internacional como para
plantarse con firmeza ante las primeras movidas norteamericanas para instalar
bases en su entorno. Lamentablemente, no supo reaccionar a tiempo y ahora la
lucha por su desalojo será mucho más larga y sus resultados mucho más
inciertos.
Para concluir: la unidad de América Latina es el único camino
para nuestra sobrevivencia como sociedades civilizadas e independientes. Una
unidad difícil, porque la región está lejos de ser homogénea y si bien están
los países del ALBA hay otros que simpatizan con ellos pero no están integrados
al proyecto, como Argentina, Brasil y Uruguay. Pueden colaborar con las
iniciativas del ALBA pero, al menos hasta ahora, Marzo del 2013, no forman
parte del mismo. Y hay otro, tanto en Sudamérica como en el resto del
continente, que han sido ganados por el imperio y que en algunos casos podrían
desempeñar el papel de “caballos de Troya” al interior de esquemas de integración
como la UNASUR y la CELAC.
De lo anterior se desprende la necesidad de consolidar los
procesos de izquierda y progresistas en marcha en la región, abroquelarnos en
la defensa de Cuba y detener la contraofensiva restauradora lanzada por Estados
Unidos. Esto se realiza a través de “golpes parlamentarios” (Honduras y
Paraguay); la “modernización” de la derecha latinoamericana, reemplazando sus
arcaicos discursos, estilos y liderazgos por otros que casi la convierte en una
suerte de nueva socialdemocracia; la brutal ofensiva mediática coordinada desde
Washington por el GEA, el Grupo de Editores de América en el entendido que la
guerra antisubversiva de nuestros días se libra en el terreno de los medios; y,
por último, mediante la instalación de bases militares que cubren todo el
espacio regional. Exigir el retiro de las bases debería convertirse en la voz
de orden, lo mismo que la democratización de los medios de comunicación y la
adopción de políticas muy estrictas de condena para los países en donde se viole
la “cláusula democrática” contemplada en el Mercosur y la UNASUR.
Lo anterior fue una reproducción casi total del artículo del
doctor en Ciencia Política Atilio Borón, reconocido intelectual marxista y
activista del socialismo.
![]() |
Diego Pereira |
El consenso de
Washington se trata de una serie de recomendaciones económicas para América
Latina (AL) que propiciaron centros económicos de EEUU a fines de la década de
1980. Estas recomendaciones, fundamentadas en los trabajos de importantes economistas
neoliberales, se aplicaron en AL en la década de 1990. En el caso de nuestro
país, durante la presidencia de Luis Alberto Lacalle y en Argentina Carlos
Menem.
Se recomendaba, entre otras cosas, la desregulación
económica, es decir, la eliminación de la intervención de los Estados en la
economía; la privatización de empresas públicas; eliminación de barreras
comerciales; menor inversión en salud y educación; mayores garantías a la
propiedad privada.
En muchos países, estas medidas causaron aumento del
desempleo, la pobreza, endeudamiento, corrupción y crisis, como en el caso
argentino. En Uruguay el impacto no fue tan fuerte.
El ALCA (Área de
Libre Comercio de las Américas) proyecto de EEUU de crear una zona de libre
comercio entre todas las Américas, el proyecto quedó archivado, sobre todo a
partir de la Cumbre de Presidentes de
las Américas en Mar del Plata en 2005, en la cual fue fundamental el papel
que jugó el presidente argentino Néstor Kirchner.
El ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América), proyecto alternativo al ALCA, promovido por Hugo Chávez, de
cooperación e integración entre los países de AL, está representado por
Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba entre los más importantes. Atilio Boron ve
la necesidad de que el resto de AL se integre a este organismo
internacional.
Una organización más reciente que representa “intereses
ideológicos” diferentes al ALBA bolivariano es la Alianza del Pacífico, creada
en 2011, e integrada por México, Colombia, Perú y Chile, con intereses
económicos e ideológicos más cercanos a los norteamericanos.
Como curiosidad cabe destacar que mientras la Alianza del
Pacífico del 2011 cuenta con 30 miembros
observadores entre los que cuenta EEUU, Israel, Ecuador y Uruguay, el
ALBA, creado en 2004, cuenta sólo con tres: Haití, Irán y Siria.
La tesis de Methol
Ferré
La visión del historiador y filósofo uruguayo Alberto Methol
Ferré es cercana en muchos aspectos a la visión de Boron, sobre todo en lo
concerniente al enfoque geopolítico, “la cuestión norteamericana” y la cita de
ciertos autores como Brzezinski, Huntington y Fukuyama, pero también tiene diferencias
sustanciales, como el proceso integrador que debe seguir Latinoamérica, y
planteos en cierta forma novedosos, como la necesidad de la creación de un “estado
continental latinoamericano”.
Decíamos “en cierta forma novedosos” debido al hecho de que
en realidad, son muchos los autores anteriores a Methol Ferré que han hablado,
escrito o luchado en favor de la unificación continental, pero a pesar de esto
la idea no ha calado en las relaciones internacionales de la mayoría de los
países latinoamericanos.
En varias obras se ha referido Methol Ferré a la necesidad de
la unificación política de Latinoamérica. En La America Latina del siglo XXI, sintetiza el tema de la siguiente
forma:
Alberto "Tucho" Methol Ferré |
América Latina venía a ser la periferia transatlántica más
inmediata del viejo continente, una suerte de hinterland que se estructuraba
alrededor de los dos virreinatos indios de México (con capital México en la
ecúmene Azteca, en América Central y en las Antillas), del Perú (con capital
Lima en la ecúmene Inca, que se extendía sobre la mayor parte de América del
Sur) y de la gobernación del Brasil portugués. Este descubrimiento significó
para América el momento en que comienza una relación mercantilista de monopolio
con Europa.
A finales del siglo XVIII, las trece colonias inglesas
obtienen la independencia de Inglaterra, apoyadas por Francia y España. Se
unen, forman un estado federal, con un mercado común interno y una sola
política tarifaria. En contra de Adam Smith, aquellas impulsan una política
proteccionista que permite el despegue de la industria y la expansión
continental hacia el Pacífico. Con América Latina sucedió a la inversa. Las
guerras de la independencia y el fracaso del Congreso de Panamá disgregan el
continente en estados aislados y separados entre sí. Un resultado que está bien
lejos del que Bolívar buscara: unificar a América Latina en una “nación de
repúblicas”.
Es así que Gran Bretaña, cuna de la industrialización,
instaura la era liberal del comercio mundial con una serie de tratados
comerciales estipulados con los estados individuales, comenzando con Brasil en
1810. Se puede decir que en este momento comienza la historia de la deuda
externa latinoamericana, que continúa ejerciendo su presión sobre el continente
hasta nuestros días. En síntesis, la independencia inaugura una fragmentación
que depende de Inglaterra, el segundo poder global, sucesor del imperio español
que nace de la unión entre Castilla y Portugal.
Un argentino, Juan Bautista Alberdi, es el primero entre
nosotros en tener una visión de centro-periferia en 1837. Y en un ensayo de
1870 ya habla de los estados continentales. Con agudeza, sostiene que la
evolución lógica del mundo tiende a la formación de “estados-continente” como
parte de un único “Pueblo-Mundo” del futuro, prefigurando con ello la
superación de los estados-nación clásicos. Los Estados medianos o pequeños ya
no tendrían destino propio.
(…)
Para explicarme recurriré a una de las concepciones más
lúcidas de finales del siglo XIX, la del alemán Federico Ratzel. Su viaje, por
los Estados Unidos, reviste fundamental importancia para su visión del mundo;
visión que se encarga de transmitir en una excelente obra. Este insigne
geógrafo viaja por el país en pleno boom industrial; observa locomotoras mucho
más potentes y con más vagones que las alemanas; ve el territorio de los
Estados Unidos atravesado de costa a costa por tres o cuatro líneas
ferroviarias transcontinentales. Él, alemán, admirador de la industrialización
de su propio país, se encuentra un poco como Gulliver en el país de los
Gigantes. En los Estados Unidos reencuentra, sí, todo lo que ya existía en
Europa, pero en proporciones, por lejos, mucho más grandes, gigantescas. A sus
ojos, las dimensiones cuantitativamente más vastas determinaban también un
salto cualitativo.
Sus siguientes reflexiones muestran todo el impacto que
Ratzel recibe del mundo que se abre ante sus ojos. Afirma que la era de los
estados nacionales industriales del tipo Gran Bretaña, Francia, Inglaterra,
Alemania, Italia y Japón fue superada por un nuevo paradigma emergente. Para
él, el siglo XX abría la era de los “estados continentales” industriales. A su
parecer, los Estados Unidos de América eran el nuevo arquetipo que determinaría
el curso de la historia futura. Europa dejaba de ser el centro hegemónico,
salvo que alcanzara una acelerada unificación como estado-continente. Ratzel
señala otro candidato posible en el número de los estados-continente: Rusia, si
pudiera acelerar la propia industrialización.
A mi juicio, Federico Ratzel entrevió la lógica profunda del
siglo XX, que continúa en el siglo XXI. Quien no forma parte de un
estado-continente terminará, y más que nunca en un mundo globalizado,
constreñido a expresarse como lamento, furia o silencio.
A precipitarse en el
“coro de la historia”, como dijo en otras ocasiones.
El coro de la historia, es verdad. Como en el teatro griego,
donde el coro interviene para comentar la gesta de los protagonistas. En los
siglos XX y XXI sólo los estados-continente son protagonistas.
Metáforas aparte, ser “coro de la historia” ¿es una realidad
o un peligro para América Latina?
América Latina depende ahora, en gran medida, de hechos que
no produce, y no tiene los instrumentos para controlar.
¿Quién es el Ratzel de
América Latina?
No hay un Ratzel estrictamente hablando; pero sí podemos
señalar un núcleo de pensadores que comienza a encuadrar los procesos
históricos en un horizonte más amplio que los nacionales. Una generación, que
se puede llamar la del ‘900, que emprende el cambio de una visión nacionalista
a una latinoamericanista. De las “patrias chicas” a la “Patria Grande”.
Éstos, aun no conociendo a los hombres de pensamiento europeo
que entrevieron el surgimiento del nuevo poder mundial, como Federico Ratzel,
se dan cuenta de que los veinte paisitos agro-exportadores de América Latina
están condenados a un rol insignificante frente al emerger de un gran poder con
proyección mundial. Entienden que, para sobrevivir, América Latina debe
realizar algo análogo a lo que hizo Estados Unidos, pero partiendo de ella
misma, de su originalidad de círculo cultural católico, no como imitación de un
proceso ajeno.
Esta generación del ‘900, con una intensidad sin igual,
repropone la unidad de América Latina. Con acentos diversos, formula una única
respuesta al tiempo en el que vive: la necesidad de superar la fragmentación,
pasando de ser los “estados desunidos del sur” a los “estados unidos del sur”.
Para ello no elabora un programa político, pero sí fija objetivos, prevé
etapas, indica con fuerza una exigencia, apunta a una dirección precisa y
afirma que el conjunto de América Latina tiene que ser pensado desde adentro de
América Latina.
Del momento de la Independencia en adelante no hubo una
generación que se haya dado cuenta, con mayor lucidez, de que para evitar el
perpetuarse de la dependencia, el paradigma al que referirse debía ser Estados
Unidos,el nuevo estado continental industrial.
Hasta entonces nuestras historias, también las de buen nivel,
eran historias “nacionales”; se circunscribían a lo interno de la disgregación
que caracterizó el ciclo de la independencia latinoamericana. En la primera
mitad del ‘900, en cambio, esta generación de hombres produce un conjunto de
obras que tienen un denominador común: consideran a América Latina como un
todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario