GUERRAS MUNDIALES (1914-1945)
“La guerra ha perdido su encanto y hostilidad. El hombre ya
no se ve obligado a entregarse a ella ni por interés ni por pasión.” Benjamín
Constant, 1814
Benjamín Constant |
“…hubo momentos, durante los 31 años de conflicto mundial que
van desde la declaración austriaca de guerra contra Serbia el 28 de julio de
1914 y la rendición incondicional de Japón el 14 de agosto de 1945 (…) en los
que pareció que podría desaparecer una gran parte de la raza humana” Eric
Hobsbawm Historia del siglo XX
“Esos artesanos, esos obreros, esos
burgueses fueron educados en la familia y en la escuela como patriotas.
Pertenecen a una vieja civilización moral que conserva muchos rasgos
aristocráticos en el interior de la democracia. El heroísmo militar encontró
una nueva justificación en el servicio a la nación” F. Furet El pasado de una ilusión
Escribe el historiador inglés Arnold Toynbee:
"…en la edad prenacionalista del siglo XVIII (…) los Estados
soberanos “provincianos” del mundo occidental no eran el instrumento de la
voluntad general de sus ciudadanos, sino que eran virtualmente Estados privados
de las dinastías. Las guerras reales y los matrimonios reales constituían los
dos procedimientos mediante los cuales se realizaban los traspasos de tales
Estados, o parte de ellos, de una dinastía a otra; y de los dos métodos, el
último era evidentemente el preferido.
Había sin duda algo más bien mezquino y sórdido en esta
diplomacia matrimonial. Un arreglo dinástico por el cual las provincias y sus
habitantes se transferían de un propietario al otro como haciendas con su
ganado repugna a la sensibilidad de nuestra edad democrática. Pero el sistema
del siglo XVIII tenía sus compensaciones. Suprimió el brillo del patriotismo,
pero con el brillo suprimió su mal olor.
La guerra ha llegado a ser ahora “guerra total” (…) Por
guerra total entendemos una guerra en la que se reconoce que los combatientes
no son sólo “piezas de ajedrez” seleccionadas llamadas soldados y marinos, sino
la población entera de los países interesados”
A mediados del siglo XIX se pensaba que el indutrialismo y la democracia contribuirían a al nacimiento de un mundo unido y pacífico,
puesto que la unidad y la paz son condiciones obligatorias para el desarrollo
económico de un mundo industrializado e interconectado por revolucionarios
medios de transporte y comunicación. Al mismo tiempo que la democracia promueve
un mundo de tolerancia, respeto y superioridad moral. Pero esas mismas fuerzas,
democracia e industrialismo, en su avance revolucionario chocaron con las
fuerzas de la tradición que sobrevivían en la vieja Europa, una Europa
construida sobre la base cultural del cristianismo, y que políticamente se
recluía en pequeñas comunidades, localidades y provincias, atomizados dentro de
reinos e imperios heterogéneos.
Ese choque de fuerzas históricas, la modernidad con la
democracia y el industrialismo a la cabeza, contra el mundo tradicional de
monarcas y campesinos, produjo en su contaminación la explosión de Europa, del
mismo modo que el odre viejo se rompe cuando se le vierte vino nuevo, así y por
las mismas razones se rompió Europa. Fue la gran guerra civil de la Sociedad
Occidental entre 1914 y 1945, y se le puede llamar mundial porque desbordó de
sus fronteras.
Esta guerra civil tuvo dos episodios, el primero de 1914 a
1918 y el segundo de 1939 a 1945. Aunque el segundo sobresale por su
espectacularidad y dimensiones, es en el primer episodio donde se decide el
resultado, es decir, el avasallamiento de lo que quedaba de mundo tradicional
por parte de las fuerzas transformadoras de la modernidad.
En breves líneas, las modernas Francia, Gran Bretaña y sobretodo
Estados Unidos (la modernidad hecha país) terminaron de imponer su modelo
victorioso sobre los vetustos imperios tradicionales que dieron paso a modernos
estados nacionales, aunque el Reich Alemán era una potencia industrial, su
forma política seguía siendo tradicional, caduca. Por otro lado el bando
moderno contó con la ayuda de un vetusto imperio como el ruso, que se autodestruye
y revive luego en una forma enteramente bizarra mezcla de viejo imperio
tradicional con neo estado continental industrial, esta será la prefigura de
los modelos que se enfrentaran en el segundo episodio de la guerra.
Alemania e Italia buscan recrear los viejos imperios
fenecidos en la primera parte, pero el avance de la modernidad es imparable, lo
que surge son super estados industriales militares con reminiscencias pasadas,
tumores ideológicos que fusionan en extrañas lógicas lo tradicional y lo
moderno: fascistas, nazis, stalinistas. La atmosfera cultural permite la
eclosión de dichos fenómenos, y luego su destrucción. La modernidad se impone
otra vez, Rusia lucha otra vez en el bando equivocado, y ahora sí, la
modernidad, democracia e industrialismo, abre paso su camino en la voluntad de
crear un mundo nuevo, un nuevo orden mundial.
Extracto de la obra de Céline Viaje al fin de la noche:
Nuestros alemanes agachados al final de la carretera acababan
de cambiar de instrumento en aquel preciso instante. Ahora proseguían con sus
disparates a base de ametralladora; crepitaban como grandes paquetes de
cerillas y a nuestro alrededor llegaban volando enjambres de balas rabiosas,
insistentes como avispas.
Aun así, el hombre consiguió pronunciar una frase articulada:
«Acaban de matar al sargento Barousse, mi coronel», dijo de
un tirón.
«¿Y qué más?»
«Lo han matado, cuando iba a buscar el furgón del pan, en la
carretera de Etrapes, mi coronel.»
«¿Y qué más?»
«¡Lo ha reventado un obús!»
«¿Y qué más, hostias?»
«Nada más, mi coronel...»
«¿Eso es todo?»
«Sí, eso es todo, mi coronel.»
«¿Y el pan?», preguntó el coronel.
Ahí acabó el diálogo, porque recuerdo muy bien que tuvo el
tiempo justo de decir: «¿Y el pan?». Y después se acabó. Después, sólo fuego y
estruendo. Pero es que un estruendo, que nunca hubiera uno pensado que pudiese
existir. Nos llenó hasta tal punto los ojos, los oídos, la nariz, la boca, al
instante, el estruendo, que me pareció que era el fin, que yo mismo me había convertido
en fuego y estruendo.
Pero, no; cesó el fuego y siguió largo rato en mi cabeza y
luego los brazos y las piernas temblando como si alguien los sacudiera por detrás.
Parecía que los miembros me iban a abandonar, pero siguieron conmigo. En el humo
que continuó picando en los ojos largo rato, el penetrante olor a pólvora y
azufre permanecía, como para matar las chinches y las pulgas de la tierra
entera.
Justo después, pensé en el sargento Barousse, que acababa de
reventar, como nos había dicho el otro. Era una buena noticia. «¡Mejor! -pensé
al instante-. ¡Un granuja de cuidado menos en el regimiento!» Me había querido
someter a consejo de guerra por una lata de conservas. «¡A cada cual su
guerra!», me dije. En ese sentido, hay que reconocerlo, de vez en cuando,
¡parecía servir para algo, la guerra! Conocía tres o cuatro más en el
regimiento, cerdos asquerosos, a los que yo habría ayudado con gusto a
encontrar un obús como Barousse.
En cuanto al coronel, no le deseaba yo ningún mal. Sin
embargo, también él estaba muerto. Al principio, no lo vi. Es que la explosión
lo había lanzado sobre el talud, de costado, y lo había proyectado hasta los
brazos del caballero de a pie, el mensajero, también él cadáver. Se abrazaban
los dos de momento y para siempre, pero el caballero había quedado sin cabeza,
sólo tenía un boquete por encima del cuello, con sangre dentro hirviendo con
burbujas, como mermelada en la olla. El coronel tenía el vientre abierto y una
fea mueca en el rostro. Debía de haberle hecho daño, aquel golpe, en el momento
en que se había producido. ¡Peor para él! Si se hubiera marchado al empezar el
tiroteo, no le habría pasado nada.
Toda aquella carne junta sangraba de lo lindo. Aún estallaban
obuses a derecha e izquierda de la escena. Abandoné el lugar sin más demora,
encantado de tener un pretexto tan bueno para pirarme. Iba canturreando
incluso, titubeante, como cuando, al acabar una regata, sientes flojedad en las
piernas. «¡Un solo obús! La verdad es que se despacha rápido un asunto con un
solo obús -me decía-. ¡Madre mía! -no dejaba de repetirme-. ¡Madre mía!...»
Para las estapas y el desarrollo de los conflictos (Primera y Seguna Guerra Mundial) ver www.claseshistoria.com
América Latina
América Latina y la I Guerra Mundial
Tras la I Guerra Mundial, un nuevo orden económico y político
comienza a gestarse ante la atenta mirada de Latinoamérica. El profesor
Compagnon analiza el papel de este conflicto bélico en la historia de América
Latina.
Soldados alemanes en las trincheras.
La I Guerra Mundial es considerada como uno de los
acontecimientos más trágicos que convulsionaron los cimientos del viejo
continente europeo. Todas las grandes potencias mundiales se vieron
involucradas en el conflicto y se alinearon en dos bandos estratégicamente
enfrentados: los Aliados frente a las Potencias Centrales. Durante cuatro
incesantes años Europa se batió entre trincheras en un sangriento combate que
se saldó con la pérdida de más de 10 millones de vidas humanas y acabó
arrasando dinastías, imperios y hegemonías para imponer un nuevo orden mundial
encabezado por un triunfante Estados Unidos. Ante ese nuevo orden político
mundial, América Latina observaba atentamente los movimientos de los europeos.
El historiador Olivier Compagnon, profesor de la Universidad de Sorbona Nueva
-Paris 3 y director de la revista Cahiers des Amériques Latines, imparte
esta semana un seminario en el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de
Salamanca en el que trata de reevaluar precisamente el papel de los años
1914-1918 en la historia contemporánea de América Latina.
¿Cuál fue la postura oficial de los Estados de América
Latina ante el conflicto?
Al inicio de la guerra en agosto de 1914, todos los estados
latinoamericanos proclamaron su neutralidad, como lo hizo también Washington.
La “guerra europea” era percibida como la consecuencia de la vieja rivalidad
entre Francia y Alemania, de la afirmación de las nacionalidades en la
península balcánica o del choque de imperialismos. Dicho de otro modo, como un
acontecimiento que no tenía nada que ver con la historia americana. Pero todo
cambió en 1917 con la guerra submarina a ultranza alemana y la entrada de los
Estados Unidos en la guerra en abril. Los países de América Central y del
Caribe, que ya pertenecían a la zona de influencia estadounidense, entraron en
la guerra inmediatamente con Washington, así como Brasil, que tenía una alianza
estratégica con Estados Unidos desde 1902. Todos los otros países se
permanecieron neutrales hasta el armisticio de noviembre de 1918 aunque algunos
rompieron sus relaciones diplomáticas con Berlín.
Soldado durmiendo en una trinchera.
La guerra en Europa dificulta el comercio transatlántico, lo
que provocó conflictos sociales en toda Latinoamérica…
Con la reconversión de las economías europeas hacia las
actividades directamente relacionadas con la guerra decreció el abastecimiento
de productos manufacturados y, además, aumentaron los precios, lo que afectó a
la vida cotidiana de todos los países durante cuatro años y medio. Así
surgieron huelgas y movimientos sociales protestando contra la subida de
precios y asociando explícitamente la situación económica y social con el
contexto belicoso europeo (por ejemplo durante las manifestaciones del 1º de
Mayo de 1915 en las grandes ciudades brasileñas). Por otra parte, sí se observa
un crecimiento económico en algunos países como Argentina, que vendía sus
cereales y su carne a los Aliados; sin embargo, las economías latinoamericanas
fueron afectadas por las dificultades del comercio transatlántico y por la
disminución del precio de productos de segunda necesidad como café. Lógicamente
desaparecieron muchos empleos, lo que significa que los años 14-18 fueron
socialmente muy difíciles.
Europa cancela las emisiones de capital a América
Latina, lo que propicia la entrada de entidades financieras estadounidenses…
Salvo la excepción notable de Argentina que muchos
historiadores consideran como el “sixth dominion” británico o como “una
Australia donde se habla castellano” hasta el final de los años 30, la primera
consecuencia económica de la guerra fue la substitución de Gran Bretaña por
Estados Unidos como primer socio comercial y primer inversor financiero en
todos los países de la región. Totalmente olvidada por la historiografía del
siglo XX latinoamericano, esta guerra aparece finalmente como un momento
fundamental para pensar las relaciones interamericanas contemporáneas.
La Europa derruida de postguerra deja de ser vista por
los latinoamericanos como la cuna de la modernidad. Es entonces cuando
comienzan a renacer los nacionalismos en América Latina...
Este papel fue fundamental, aunque permanece desconocido.
Para muchos intelectuales latinoamericanos que vivían en un culto ciego a
Europa como centro de todas las modernidades y corazón de la civilización, la
Gran Guerra fue interpretada como el suicidio del Viejo Continente que
pretendía guiar el mundo mientras sacrificaba a diez millones de sus hijos en
las trincheras. Rompiendo con las lógicas tradicionales de importación de
modelos europeos, los años 20 y 30 correspondieron a la búsqueda de identidades
propias, tanto política como culturalmente. Así, un movimiento como la Semana
de Arte Moderna que tuvo lugar en São Paulo en febrero de 1922 puede ser
entendido como una de las consecuencias intelectuales de la Gran Guerra.
Autor: Nuria García Reche
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